Este sábado (26-10-13) se celebra el Día Mundial del Daño Cerebral
Adquirido, una patología que en Burgos sufren 2.260 personas con muy
distintos niveles de discapacidad.
Por la mañana me dolía la cabeza y cuando me desperté de la siesta no
podía mover la mitad del cuerpo». Así cuenta Rosa Herrero, presidenta de
la Asociación de Daño Cerebral Adquirido de Burgos (Adacebur) cómo fue
el momento, prácticamente un instante, en el que su vida cambió de forma
radical. Había sufrido un ictus y su principal consecuencia fue tener
lo que se denomina daño cerebral adquirido y se define como una lesión
sobrevenida de forma repentina por un accidente o una enfermedad que
irrumpe de forma súbita y agresiva.
Las causas más frecuentes del daño cerebral adquirido son los
accidentes cerebrovasculares (ictus) y los traumatismo
craneoencefálicos, muchos de ellos producidos por siniestros en la
carretera. También lo provocan tumores, anoxias (falta de oxígeno) o
infecciones cerebrales. Los pacientes están afectados de muy distintas
maneras: algunos se desenvuelven aunque caminen o hablen con alguna
dificultad, y otros se encuentran en estado vegetativo, encamados, sin
poder comunicarse y sin conocer a nadie, tal y como narran la propia
Rosa Herrera y Lucía Cuñado, vicepresidenta de la asociación.
En Burgos, Adacebur calcula que hay unas 2.260 personas que han sufrido
estas lesiones. El colectivo, que el sábado celebra el Día Mundial del
Daño Cerebral Adquirido, ofrece sus servicios para mejorarles la vida.
Porque una vez que terminan los cuidados puramente médicos del afectado
(cuando se sale del hospital) el sistema sanitario no cubre ni de lejos
toda la atención que precisan los pacientes, que tienen unas complejas
secuelas físicas, psíquicas y sensoriales. Lucía Cuñado, cuyo marido
lleva postrado 16 años, lo explica muy gráficamente: «Cuando sales del
hospital el problema es solo tuyo y se multiplica porque afecta a todos
los ámbitos: educativo, laboral, social, familiar... y ahí es donde a
mucha gente se le viene el mundo encima. Por eso queremos que vengan a
la asociación, aquí todos hemos pasado por lo mismo y les vamos a
escuchar y a ofrecer una serie de servicios».
Adacebur apoya e informa a las familias, dispone de una trabajadora
social, de un programa de promoción de la autonomía persona y apoyo en
la rehabilitación, ofrece, además, intervención neuropsicológica,
terapia ocupacional, logopedia y fisioterapia en el centro o a
domicilio.
Para darse a conocer celebra hoy y mañana unas jornadas en la Facultad
de Económicas de la Universidad de Burgos con la intervención de todo
tipo de profesionales y la experiencia personal de los afectados. En
ellas se abordarán, por ejemplo, cómo las nuevas tecnologías pueden
mejorar la calidad de vida de los pacientes. La asociación tiene su sede
en el Centro Sociosanitario Graciliano Urbaneja (Paseo de los
Comendadores); los teléfonos de contacto con 947262966 y 628759029 y el
correo electrónico, info@adacebur.org.
«La Ley de la Dependencia me da 37 euros al mes"
Dentro de poco se cumplirán 16 años. Era noviembre de 1997 cuando el
marido de Lucía Cuñado, Ángel Renuncio, tuvo un accidente de tráfico al
volver de su trabajo en un restaurante de Villalonquéjar -barrio del que
procede y donde es muy querido- y quedó en coma. Estuvo dos años y
medio en un hospital, despertó «pero no avanzó nada», como recuerda
Lucía. Por eso decidió pedir el alta y llevárselo a casa donde aún sigue
cuidándole. Corrección: Lucía no cuida a Ángel, más bien toda la vida
de Lucía gira en torno a él: le asea, le da de comer, le administra sus
medicinas, le cambia de postura para que la postración no le provoque
heridas («no tiene ninguna», explica orgullosa) y organiza las
actividades de todo el día en función de sus necesidades... a pesar de
que no la conoce y apenas contesta cuando le habla. «Yo le doy muchos
besos, le cuento cosas y él me sonríe -cuando quiere, claro, porque no
siempre está de buen humor- pero al segundo se le olvida quién soy».
Lucía es de esa clase de mujeres fuertes que pueden con todo pero que
quizás lloran a escondidas para que nadie las vea. Sola ha sacado
adelante a sus dos hijas, que tenían 7 y 17 años cuando su padre se
accidentó, y sola sigue tirando del carro: «Al optar por llevarme a
Ángel a nuestra casa supe que siempre iba a ser así, que no había ni
familia ni amigos, que esto era solo nuestro». Las crías le han ayudado
mucho y aún siguen haciéndolo; tanto, que a la mayor la tuvo que
‘empujar’ para que se independizara, y ahora vive en un apartamento...
no lejos de la casa familiar.
Para entretenerse pasea con su perro -«le tenemos porque a Ángel le
hace mucha compañía», precisa- y relata que cuando ve a parejas de su
misma quinta se pregunta por qué tuvo que pasarle esto a ellos, «aunque
cuando veo a otras que van discutiendo pienso que de eso me libro»,
añade con sentido del humor.
Lo que le quita la risa de un plumazo es la palabrería de los
políticos: «Cuando se aprobó la Ley de la Dependencia dejé de trabajar
porque el Estado me pagaba la Seguridad Social y 320 euros como
cuidadora de mi marido. Ahora me he quedado sin alta y recibo 37 euros
al mes que tengo que justificar, ojo, y suelo comprarle colonia o alguna
crema». Por eso dice que cuando sale en la tele la consejera de Familia
de la Junta diciendo que Castilla y León es una de las comunidades que
mejor gestiona estas situaciones no quiere «ni escucharla».
A pesar de todo, presume de que nunca ha necesitado ayuda psicológica
aunque reconoce que hablar en el grupo de familiares recién creado en la
asociación le hizo sentir muy bien: «Solo quiero aliviar a los demás
con mi experiencia».
Noticia del Diario de Burgos
Comentario:
Personas que siguen adelante a persar de las dificultades y de problemas de gran índole. Situaciones a los que nosotros sólo con pensarlo se nos pone el corazón en un puño de pensar que quizás pudiera ocurrirnos. Por ello merecen el respeto y el reconocimiento de la sociedad así como todo nuestro apoyo. Con fuerza y movidos como comunidad podremos hacer que este tipo de situaciónes, a pesar de su gravedad sean más fáciles de llevar para las personas que lo sufren.