lunes, 10 de marzo de 2014

Víctimas sin atender

Los hjos de las maltratadas sufren la violencia hacia sus madres manera inderecta, pero en la capital solo la Asociación La Rueda dispone de un programa específico para ellos.

Las consecuencias de que un niño o una niña sean testigos de cómo pegan o insultan a su madre (el padre o la pareja) no son solo unas secuelas psíquicas y emocionales más o menos complicadas de atajar con el tiempo, sino educativas. El riesgo es que el menor asocie el patrón de la violencia como algo normal para resolver problemas o conflictos y que, por lo tanto, lo adopte si es varón o lo acepte si es mujer. Y eso es algo que ocurre y ante lo que muchas víctimas de violencia de género han pedido ayuda a colectivos especializados en esta materia como La Rueda, que puso en marcha el primer y único programa de atención a los hijos de víctimas de maltrato en la capital, Parapente, a petición de un grupo de usuarias preocupadas por la conducta de sus hijos y en colaboración con el Ayuntamiento.
La psicóloga y coordinadora de este programa, Amparo Martínez, explica que «Parapente comenzó en 2009 después de acudieran a nosotras madres que habían sufrido maltrato para pedirnos cómo atajar algunas conductas que veían en casa en sus hijos, a la hora de relacionarse o de resolver conflictos y que creían que, quizá, no era las adecuadas». Así, desde La Rueda empezó a defender la necesidad de contar con un recurso específico para los menores de edad que son víctimas indirectas de la violencia de género, un recurso que llegó en 2009 de la mano del Ayuntamiento, que lo subvenciona. «Parapente consiste en una serie de sesiones en las que, a través de dinámicas de grupo se resuelven conflictos de manera no violenta, con el objetivo de erradicar lo que puedan haber normalizado en casa», cuentan Martínez y otras dos colaboradoras, la también psicóloga Beatriz Hortigüela y la psicopedagogaTamara Freire. «Intentamos que a través del juego, de la mímica, con películas o de otra forma divertida vean que pueden tener otras alternativas ante una situación de conflicto», apuntan.
Las tres profesionales afirman que no se puede establecer un perfil concreto de los niños que han convivido con la violencia de género, pero en los cinco años en los que se ha desarrollado el programa, sí que han observado que se vuelven «más introvertidos, más rebeldes, tienden a resolver conflictos de manera más agresiva o se guardan emociones, emociones que muchas veces ni siquiera saben identificar», apuntan.

Entonces, es ahí donde se pretende que actúe el programa Parapente, que debido a los recursos con los que cuenta, solo se puede ofrecer durante mes y medio, aproximadamente. Y si a eso se le añade la dificultad para conseguir juntar en un mismo sitio y a una misma ahora a todos los menores atendidos y a sus madres, pues el resultado es que la atención se concentra todo lo posible en cinco sesiones y otra conjunta con las madres. «En 2013 incluimos un día de role playing [interpretación de papeles, en inglés], para que se tuvieran que poner en situación, en el lugar del otro y ver cómo reaccionarían si fuesen ellos», explican las profesionales, matizando que «tanto madres como niños salieron muy contentos, porque dijeron que habían conseguido entender un poco más al otro».
Desde 2009 hasta ahora calculan que habrán participado en Parapente unos cincuenta menores -diez cada año-, pero ¿es esto suficiente? La respuesta de las tres profesionales es unánime: «No». Y no deja de ser paradójico que si se cree que la educación es la clave para erradicar la violencia de género, no se actúe con rapidez y contundencia en aquellos que más expuestos están a adoptar ese patrón de comportamiento: quienes lo han vivido. «En Burgos es cierto que hay pocos recursos que se dirijan a los menores. Quizá no se piensa tanto en ellos porque se suele creer que si la madre está bien, también lo están los niños», explican Freire y Hortigüela, añadiendo que existe la posibilidad de que desde Atención Primaria los remitan a Salud Mental, pero en ese caso, la ayuda se presta transcurridos varios meses. «Nosotras estamos intentando dar continuidad al programa sin contar con los recursos del Ayuntamiento -el año pasado aportó 3.680 euros y 3.394 en 2012- para conseguir organizarlo más veces a través del voluntariado», explica la coordinadora, Amparo Martínez.
Los resultados de este tipo de sesiones son difíciles de evaluar, pero las tres expertas afirman que, sobre todo en los casos en los que madre e hijos han repetido, se aprecian cambios. «Son menos reservados y más participativos, tienen más ganas y están más alegres»

Noticia del Diario de Burgos


Comentario:
Difícilmente se acabará la violencia de género si los menores no son tratados ante aquellos conflictos emocionales que han vivido. Cada lugar al que acude una mujer con esta problemática debería de haber un profesional para hacerse cargo del menor, y no tener un tiempo determinado de actuación sino el que este necesite para estar bien y poder insertarse en la sociedad con un patrón de conducta normalizado.

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